El Síndrome de Dorian Gray

Siempre he tenido miedo a morir. Aunque quizás ahora ya no tanto. Y eso que puede ser pasar de ser a que no haya nada. Pero debo centrarme en el ahora. ¿Por qué agobiarme por un futuro incierto?

Sin embargo, sí que me gustaría seguir viviendo siempre. Aunque fuese en el recuerdo y esquivar al olvido. Un recuerdo, que por cierto, siempre he considerado esquivo, pues al final moriremos todos, y ya no habrá nadie para acordarse del recordado ya olvidado. Todos al final, sino hay otra oportunidad, nos quedaremos en polvo de estrellas.

Nunca he creído justo que haya un final definitivo. Ya está, se acabó. Y ya. No, no me apetece que esto sea así. Con toda la luz que hay en nosotros, en nuestra alma. Con todos esos pensamientos, la idea de identidad, de presencia. Me niego a aceptar que luego no haya nada, aunque ya hay veces que me resigne a ello.

Quiero vivir siempre, no siendo un niño, quiero ser siempre joven, quiero ser inmotal. Y si no es en cuerpo al menos en alma, en recuerdo, tal y como expresa este diálogo de la película Troya:

“Los hombres viven obsesionados por la inmensidad de los eterno. Por eso nos preguntamos: ¿tendrán eco nuestros actos en el devenir de los siglos? ¿recordarán nuestro nombre los que no nos conocieron cuando ya no estemos? ¿se preguntarán quienes éramos, la valentía que demostramos  en la batalla o lo apasionados que éramos en el amor?”

Coincido plenamente en este deseo, de seguir viviendo, aunque sino hay vida, a través de mis hijos o la gente que he conocido y sigan viviendo, que serán en parte yo, o a través del recuerdo, o de mi alma plasmada en la obra.  Esta en otra forma de ser inmortal. Qui´zar por eso escriba: por la inmortalidad del momento en el que escribo y por la inmortalidad del momento en la eternidad, esperando que siempre quede aunque yo no esté un sentimiento que fue efímero. Quiero vivir siempre. Quiero ser inmortal.

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Quiero vivir siempre. Y ojalá pudiera serlo en vida. Como Dorian Gray. Éste es el Síndrome de Dorian Gray, el de anhelar no morir nunca, pues siempre hay cosas por hacer, aprender, conocer. El deseo de querer seguir disfrutando el ahora, aunque seguramente con la eternidad el valor del tiempo se pierda. Permanecer siempre en la mente de todos, pasar esta vez de verdad a ser el cuadro, ser la obra. La única manera que conocemos hasta ahora de ser inmortal es siendo el cuadro y me explico: ya sea un cuadro, un libro, un hecho histórico, sólo se recuerda a aquel que ha sabido plasmar en el alma de su obra su persona,  que de este pase al resto para permanecer en el recuerdo. Y Dorian, tiene un cuadro, es el cuadro, pero sólo sin verlo puede mantenerse vivo. Es decir, solo si deja plasmado su esencia en el cuadro, podrá vivir, pero no es él en vida. Y sin embargo no puede ver el cuadro. Sólo es una sombra del artista, viviendo algo que no es él, que sólo sobrevive en la propia obra y que realmente será recordado cuando sea visto, pero su cuerpo muera. Así pues, nadie podemos escapar a la muerte de la materia, pero si del alma, a través de la obra.

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Sólo espero saber vivir aun sin ser el cuadro. Y disfrutar cada segundo como si no hubiera otra vida. No padecer nunca el cuadro clínico de quien se sabe inmortal tal y como sufrió Dorian Gray sino de sentirme inmortal. No padecer nunca el síndrome sino de forma aguda segundo a segundo de saber que el siempre, lo infinito se trata a veces de intensidad y no de cantidad. Porque «a juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu»

«La juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu».

– Mateo Alemán

La juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu

3 comentarios en “El Síndrome de Dorian Gray

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