Oigo el tiempo a cada instante. En el llanto del niño al nacer, en ese grito que supone empezar a escuchar el respirar hasta que te haces a él. El golpear de sus rodillas contra el suelo al gatear, ese chasquido de asombro al descubrir, al aprender, al ver la lluvia caer, ese reír a carcajadas. Ese alboroto del despertar primaveral, de la juventud fluyendo, de la madurez llegando. La pausa del adulto en su rutina, el sosegado murmullo de la vejez deslizándose. Lo oigo en el réquiem de ese sueño, ya marchito, que ahora yace en silencio.
Oigo el golpeo de las agujas girando en su eterno ruedo, en el tañido de las campanas, en el rasgar al deshojar el calendario cual árbol en otoño, en el fluir áspero de la arena al deslizarse de un vaso a otro, en el reloj con su tic-tac.